La fuerza positiva del gozo

¿Es su vida una aventura emocionante, o se ha convertido en una molestia? ¿Se han desvanecido sus expectativas de alegría, paz y contentamiento por las dificultades? Quizás usted tiene períodos de felicidad cuando todo va bien, pero los problemas regresan inevitablemente trayendo estrés y desánimo. Para el creyente, estas experiencias pueden resultar muy preocupantes porque esto no parece ser la vida abundante que Cristo prometió (Jn 10.10).
La mayoría de nosotros tenemos que reconocer que no conocemos a muchas personas verdaderamente llenas de gozo, pero Dios llama a los creyentes a ser personas jubilosas. En el Antiguo Testamento, el Señor exhorta a los israelitas a regocijarse; incluso instituyó fiestas —algunas de siete días— para alegrarse delante de Él. Eran tiempos de alabanza, danza y cantos a Dios con acciones de gracia por su provisión y salvación. Esta misma actitud se extiende hasta el Nuevo Testamento. En Filipenses 4.4, Pablo da este mandamiento a los creyentes: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!”. Obviamente, la voluntad de Dios para nosotros es que seamos un pueblo gozoso. Por tanto, debe ser el modo normal de vida de los cristianos.
Gozo bíblico
Para entender el estilo de vida que Dios desea para nosotros, tenemos que conocer la diferencia que hay entre felicidad y gozo. Ambos tienen en común alegría, deleite y placer, pero la felicidad tiene una causa externa. Cuando las circunstancias son favorables y placenteras, estamos desde luego felices, pero cuando ellas toman un giro negativo, también lo hace nuestro espíritu. El gozo, por el contrario, tiene una causa interna que no depende de las condiciones externas. Como creyentes, podemos mantener nuestro contentamiento en los tiempos buenos y malos, porque nuestro deleite está en el Señor, no en nuestras fluctuantes circunstancias. Puesto que su fuente es nuestra relación con Cristo, el gozo que describe la Biblia solamente lo conocen los cristianos.
El Espíritu Santo que mora en nuestro interior produce este fruto del Espíritu en todos los creyentes que le permitan controlar y guiar sus vidas (Gá 5.22). Aunque cada creyente tiene acceso al gozo, solamente lo experimentarán quienes están viviendo activamente en obediencia a los preceptos de la Palabra de Dios. Esto no quiere decir que tenemos que ser perfectos, pero si nuestros corazones están rendidos al Señor nos apresuraremos a reconocer nuestro pecado y a arrepentirnos después de una caída.
Gozo contagioso
El corazón alegre no solo levanta nuestro ánimo; también influye sobre los demás. Una actitud de abatimiento arruina el testimonio del cristiano. Si los incrédulos nos ven ansiosos y quejumbrosos, ¿por qué querrían seguir a nuestro Dios? Por el contrario, una demostración de paz, cuando no hay ninguna razón aparente, es como un imán para un mundo perdido.
Nuestra actitud es también contagiosa para otros creyentes. Podemos animarnos unos a otros con nuestra confianza de que Dios es suficiente, y de que Él estará siempre con nosotros, pase lo que pase. Incluso en medio de la angustia, nuestro profundo y permanente deleite en el Señor puede fortalecernos tanto a nosotros como a los demás.
Regocijarse siempre
Pablo dijo a los filipenses cuando debían regocijarse específicamente, ¡siempre! Es fácil estar alegres cuando nos va bien en todo, pero ¿cómo podemos hacerlo en tiempos de dolor y sufrimiento?
Todos pasamos por tiempos de adversidades y sufrimientos porque eso es parte de tener que vivir en este mundo caído (Jn 16.33). Pero los creyentes no tenemos que estar deprimidos cuando la vida se dificulte. De hecho, Santiago 1.2 nos dice: “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas”. Algunas personas se indignan cuando escuchan este versículo, porque piensan que Dios les está diciendo que se regocijen en lo que les está causando dolor. Pero al leer un poco más, vemos que nuestro regocijo se basa en el resultado prometido: “Sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna” (vv. 3, 4). Las experiencias difíciles ponen a prueba nuestra fe en la sabiduría, bondad y poder de Dios. Pero estos versículos nos dan la confianza de que sus propósitos son buenos, y de que si nos mantenemos firmes con confianza y gozo, nada nos faltará.
Cuando el apóstol Pablo les dijo a los filipenses que se regocijaran, estaba declarando una profunda convicción, porque él había probado una y otra vez su validez. Pablo escribió esta carta mientras estaba en una cárcel en Roma. De acuerdo con sus circunstancias, no tenía motivos para regocijarse. Pero debido a su relación con Cristo, podía hacerlo.
No era la única vez que Pablo había practicado lo que predicaba. Durante su primera visita a Filipos, él y Silas fueron golpeados y echados en la cárcel de la ciudad (Hch 16.23-34). Esa noche, comenzaron a cantar y alabar a Dios. Pablo y Silas no esperaron que mejoraran las condiciones para demostrar su amor y su fe en Cristo ofreciendo un sacrificio de alabanza. Como resultado los demás presos los oyeron, y finalmente el carcelero y toda su familia fueron salvos.
Todavía recuerdo cómo el Señor me dio la “oportunidad” para poner este principio en acción. Después de una semana en que bauticé a 45 personas, tuve un leve dolor de espalda. Pocos días después, mientras preparaba este mensaje, me incliné para recoger algo que se me había caído, y me lastimé un músculo. Ahora sí que sentía dolor. Mi primera reacción fue: “Un momento, Señor. Tú sabes de qué trata este mensaje”. Al comienzo, me sentí mal y me quejé de mi situación, pero luego opté por regocijarme.
Durante ese dolor de espalda, experimenté la verdad de Nehemías 8.10: “El gozo del Señor es vuestra fuerza”. El gozo es una emoción fortalecedora que nos edifica y nos da las fuerzas para soportar el sufrimiento. Al elegir regocijarme cuando no estaba de humor para ello, noté que algo estaba sucediendo dentro de mí. Cuando centré mi atención en el Señor, dejé de quejarme. Comencé a deleitarme en Él y a recordar todas sus bendiciones, aunque sentía dolor.
Gócese en Dios
A los cristianos se les dice que se regocijen, no en lo que causa su sufrimiento, sino en el Señor. Esto no significa negar nuestro dolor, sino una oportunidad para confiar y alabar a Dios en medio del mismo. En vez de concentrarnos en la situación que causa nuestro sufrimiento, fijemos nuestros ojos en Cristo. Después veremos las bendiciones que pueden alegrarnos el corazón.
Primero, podemos deleitarnos en nuestra relación con el Señor —nuestros pecados son perdonados y nuestros nombres están escritos para siempre en el cielo (Lc 10.20). El sufrimiento de esta vida no es comparable con la gloria que nos espera (2 Co 4.17, 18). ¡Alabado sea Dios porque nuestro destino es el cielo!
Segundo, podemos regocijarnos por la presencia del Espíritu Santo en nosotros. Él nos da el poder para superar cualquier dificultad o pérdida, y produce su fruto espiritual en las vidas de todos los que se someten a su control. Podemos alabar a Dios por la transformación que Él está produciendo en nosotros mientras fortalece nuestra fe y obediencia por medio de las adversidades (Ro 5.3-5).
Pero el mayor objeto de nuestro gozo es el Señor mismo. Cuando pensamos en su amor incondicional, en su fidelidad inquebrantable, y en su compasiva indulgencia, ¿cómo no alabarle con alegría? Él nos ha dado promesas maravillosas, y nunca dejará de cumplirlas. Cada vez que su Palabra es hablada o leída, es una ocasión para celebrar. Jesús dijo a sus discípulos:
“Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido” (Jn 15.11).
El gozo perdido
Si nuestros ojos están puestos en el Señor, nunca nos faltarán razones para regocijarnos, pero si comenzamos a centrarnos en nuestros sentimientos o circunstancias, nuestro espíritu decaerá. He conocido a muchos cristianos que han perdido el gozo. Tristemente, algunos incluso nunca lo tuvieron, a pesar de ser salvos. Algunas personas melancólicas me han dicho: “Bueno, esta es mi personalidad. Así es como Dios me hizo”. Pero sabiendo que Cristo quiere que rebosemos de gozo, y que la Biblia nos manda a regocijarnos, he llegado a esta conclusión: los creyentes que no tienen gozo es porque han elegido ese estilo de vida.
Los cristianos podemos perder nuestro gozo por muchas razones. Algunas personas se deprimen por el sufrimiento. Cuando las emociones nos abruman y hacen que nos centremos en nuestro dolor, la vida parece no tener esperanza. Pero la salida de la desesperación es por medio de un acto de fe: decidir alabar a Dios cuando eso sea lo último que quisiéramos hacer. La fortaleza viene cuando nos deleitamos en Dios.
Cuando un ser querido está sufriendo, podemos pensar que no es correcto sentirnos gozosos. Pero, puesto que Dios nos llama a regocijarnos en Él en nuestras pruebas, podemos sin duda seguir deleitándonos en medio del dolor. En realidad, demostrar gozo en tiempos de aflicción puede ayudar a otros a poner sus ojos en Jesús.
Vivir en el pasado o en el futuro es otra manera de perder el gozo. Algunas personas no pueden dejar atrás los fracasos o los errores del pasado, mientras que otras viven con temores acerca del futuro. Ambas actitudes roban el contentamiento y la paz. Dios nos llama a disfrutar de la gracia que nos da en el presente, y no a estar pensando todo el tiempo en “qué habría pasado si” o “si tan solo” . Los remordimientos pueden ser silenciados aceptando el perdón de Cristo. Los temores son vencidos por la fe en la promesa del Señor de que Él se ocupará de nuestro futuro (Mt 6.33, 34).
Uno de los mayores supresores del gozo es el pecado. Un creyente que vive en desobediencia, no puede experimentar alegría. Puede experimentar algunos períodos de felicidad, pero el contentamiento sereno estará ausente. El remedio para el pecado es siempre el mismo: el arrepentimiento sincero. A quienes se humillan y vuelven al Señor, les espera gozo.
La voluntad de Dios es que usted encuentre su deleite en Él. Si cada día se ha convertido para usted en una lucha, reclame por fe el gozo del Señor que está disponible para todos los cristianos. Tome la decisión de regocijarse en Él, no importa cuál sea su situación.
por Charles F. Stanley