“Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil. “ (Mateo 26:41)
Recientemente estaba leyendo un libro que un amigo me envió. Trae un interesante título: “Señor, yo puedo resistir cualquier cosa, menos la tentación”. El autor, que es capellán de una universidad, advierte en contra de las respuestas fáciles y las soluciones convenientes al problema de ser tentado. El encontraría el tema de este mensaje un poquito petulante y presuntuoso.
En cierto sentido, todos nosotros sabemos lidiar con la tentación. Debemos saber decirle no, resistirla y alejarnos de ella. Nuestro principal problema es que la mayor parte de las veces no nos damos cuenta que estamos siendo tentados. Desafortunadamente, cuando el tentador se acerca no nos avisa diciendo: ” ¡cuidado que ahora voy a tentarte!, quiero que hagas lo peor que puedas. Aquí está la trampa.” Esto no sucede en esta forma, ¿no es cierto?. Nosotros no escuchamos sonidos de alarma ni vemos luces intermitentes. No siempre descubrimos que se está manifestando una tentación, sino hasta que es demasiado tarde y miramos hacia atrás con tristeza el camino en el cual hemos tropezado.
El verdadero mal siempre viene disfrazado de algo bueno. ¿Recuerda cómo se acercó el tentador a Jesús en el desierto? En cada tentación lo instó a hacer algo que parecía digno de aprobación. También nuestras tentaciones más severas algunas veces no vienen cuando nos creemos vulnerables; sino cuando más fuertes nos sentimos. Nuestro peor peligro no se presenta cuando estamos desanimados por alguna derrota, pero sí cuando estamos regocijados por alguna victoria. No hay ninguna técnica para usarla cuando estemos lidiando con la tentación. En muchos de los casos, es demasiado tarde. Lo que nosotros necesitamos es un comienzo saludable. El secreto está en prepararse para la tentación antes de que ésta venga.
No tome esto como si fuera mi propia autoridad; sino como la Palabra del Señor. Escuche las palabras de Jesús a sus discípulos para cuando ellos fuesen tentados severamente: “Velad y orad”, dijo El, “para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil”. (Mateo 26:41)
Es de vital importancia que nosotros no sucumbamos cuando estamos atravesando por alguna tentación. Note que Jesús dijo estas palabras en el Getsemaní a tres de sus más leales discípulos. Esta no fue una advertencia para Judas, ya que ese traidor se había alejado hacia su horrible diligencia. Tampoco fueron dirigidas a las multitudes ni a los muchos seguidores de Jesús, sino a éstos que fueron los que más le respondieron de todos, los más fieles amigos que Jesús tuvo en el mundo. El compartió con ellos más que con cualquier otra persona. Ellos creyeron en El, lo amaron profundamente y dejaron todo para seguirle.
Pero esa no fue sólo la historia de ellos. Después que El dijo: “el espíritu a la verdad está presto,” Jesús añadió, “mas la carne es débil”. ¿Qué significa la palabra carne aquí?. Ella representa lo humano, todo lo que nosotros somos por naturaleza. A ninguno de nosotros nos gusta oírlo porque pensamos que tenemos mucha fortaleza. Seguramente que estos discípulos pensaban así. Jesús preguntó una vez a Santiago y a Juan: “¿Podéis tomar la copa que yo bebo?”. La respuesta que ellos dieron sin vacilación fue, “sí, podemos”. En efecto, ellos dijeron, “no es problema, Señor. Podemos lograrlo”. Y cuando Simón Pedro fue prevenido que él negaría a su Maestro delante de otros, se enfureció. “Aunque otros se escandalicen de ti, yo no . . . aunque tenga que morir contigo, yo no te negaré”. “Yo no seré vencido fácilmente. Señor, yo seré el último hombre en ser llamado cobarde en el mundo. No pienses que yo, tu brazo derecho, soy débil”. Aunque ellos nunca lo soñaron, estos discípulos estuvieron en peligro de apostasía. Ellos no habían sido golpeados, encarcelados o torturados, pero se vieron presionados a huir y a negar a su Maestro.
Los discípulos estuvieron en el peligro de fallarle a su mejor amigo. El estaba en agonía y angustia y les rogó que estuvieran cerca de El y que velaran con El. El deseaba compañía humana, anhelaba simpatía y respaldo. Ellos fueron tentados para olvidar a su amigo y entregarse a sus propias fatigas.
Esa es la misma tentación que nosotros confrontamos todos los días. Hay personas que nos piden ayuda o simplemente sufren cerca de nosotros mostrando en silencio sus heridas y la tristeza en sus ojos. Ellos nos necesitan para cuidarles, oírles, ser sus amigos en la soledad o simplemente para ofrecerles compañía. Pero nosotros somos tentados a apartar nuestra mirada de ellos, a irnos por otro lado y a sentirnos indiferentes. ¡Qué débiles somos en esos momentos!
Nuestro peligro en la tentación no es sólo que nos cubramos de vergüenza; también estamos en peligro de abandonar a Cristo o a dejar a otros con sus necesidades. Por ser perezosos perdemos grandes oportunidades que la vida nos ofrece para ser leales y mostrar amor. Estamos en peligro porque al igual que esos discípulos estamos dispuestos, pero somos débiles.
Aquí está el consejo del Señor para Pedro, Santiago, Juan y nosotros: “Velad para que no entréis en tentación”. ¿Cómo se prepararía usted para una crisis que seguramente vendrá? ¿Cómo confrontaría usted la tentación sin someterse a ella, sin entregarse a su poder? A través de velar y orar.
Los vigilantes, en el mundo antiguo, eran aquéllos que permanecían día y noche en las cercanías de un campamento o en las paredes de una ciudad observando. La tarea de ellos era escudriñar el horizonte por si había señales de un enemigo, listos para dar la alarma si se acercaba algún peligro. La salvación de ellos mismos y la de sus compatriotas dependía de que ellos estuvieran alertas. Ellos eran lo que nosotros llamaríamos hoy “un sistema de alarma”, la primera línea defensiva.
Jesús dijo que fueran como uno de ellos, que se mantuvieran alerta, que no confiaran en su propia seguridad, ni se durmieran en sus puestos. Que recordaran que estaban frente a un poderoso y astuto enemigo. Parte de estar listos para confrontar la tentación es el ejercicio del sentido común. Todos hemos tenido una experiencia personal para aprender de ella. Nosotros debemos saber desde ahora la clase de situaciones en las cuales podemos tropezar y las invitaciones que pueden atraernos hacia los problemas.
Al joven T. Freddy, el doctor le había dicho que no podía nadar. Más tarde, cuando él llegó a su casa con aire de inocencia, su pelo húmedo y asentado lo delató. “Freddy”, dijo su madre con tono de voz enérgico. “te dije que no podías nadar; esas fueron las órdenes del doctor”. “Pero mamá, yo no quería hacerlo, pero fui tentado. Cuando caminé cerca del Agua todos los demás muchachos estaban allí y no pude resistir”.
‘Mientras Freddy subía por las escaleras, su madre notó el traje de baño que colgaba del bolsillo trasero de su pantalón. “Freddy”, su madre dijo, “yo pensé que no habías planeado ir a nadar. ¿Por qué llevaste tu traje de baño?”. “Oh”, el vaciló, “esto fue por si yo era tentado”.
Nosotros nos reímos, pero a veces hacemos también lo mismo. Al igual que Freddy, conscientemente nos exponemos a la tentación y estamos dispuestos a dejarnos llevar por ella secretamente, sabiendo de ¡antemano que es más fuerte que nosotros y después nos excusamos.
Simón Pedro aprendió, aunque en forma dolorosa, lo importante que es velar. El no se mantuvo en vela la noche en que su Maestro fue traicionado. El se fue a dormir en lugar de vigilar y luego experimentó una derrota humillante que le hizo aprender bien su lección. Años más tarde, el mismo apóstol envió un sabio y maravilloso mensaje a sus compañeros cristianos: “Sed sobrios y velad, porque vuestro adversario, el diablo, cual león rugiente, anda alrededor buscando a quién devorar”, (la. Pedro 5:8)
Justamente esta semana leí acerca de una joven que estaba trabajando en el Zoológico. Ella tenía una gran experiencia en el cuidado de los animales, pero se arriesgó dentro de un área encerrada donde dos tigres estaban enjaulados y trágicamente perdió la vida. Algunas veces la mejor manera de lidiar con la tentación es guardar una distancia saludable entre nosotros y las situaciones que la provoquen.
Pero usted y yo sabemos que velar no es suficiente. No siempre podemos anticiparnos a los problemas, ni podemos evitar la tentación. Jesús dice: “velad y orad”. Si la vigilancia descubre al enemigo, la oración es efectiva para combatirlo. Juan Bunyan, autor del libro cristiano ‘ ‘El progreso del Peregrino”, dijo que la oración es un sacrificio a Dios, un escudo para el alma y un azote para satanás”. La oración es el arma maestra de nuestra guerra cristiana, el poder más temido por el reino de las tinieblas.
La oración tiene poder, no por ninguna cualidad mágica para actuar, pero sí porque ella representa la comunión con el Dios Viviente.
P.T. Forsyth dijo una vez que la oración hace en nuestra vida religiosa lo que los recursos naturales hacen por la ciencia. Cuando los cristianos oran, están en contacto con el Señor resucitado. Ellos confiesan sus debilidades ante su desbordante poder. Aunque somos débiles en nosotros mismos, podemos estar fuertes en el Señor. A través de la oración tenemos los recursos celestiales para nuestra ayuda y podemos estar listos para cualquier eventualidad.
Jesús estaba dando aquí los consejos que El mismo había seguido durante todos sus días. La oración fue lo más constante e importante en todo su ministerio. El se preparó para todas las crisis de su vida con oración y también oró cuando éstas vinieron. En quietud y oración la fortaleza le fue renovada. Jesús vivió en dependencia de oración hacia su Padre. El fue lleno del Espíritu Santo y también estaba preparado para cualquier cosa que tuviera que enfrentar. El fue tentado en todos los aspectos, como nosotros, pero sin pecado.
La oración es un factor oculto pero significativo en nuestras vidas. Es en oración, delante de Dios, que podemos reconocer nuestros pecados y recibir perdón. Es en oración que nosotros expresamos nuestra fe en Cristo Jesús y le invocamos como nuestro Salvador. Es en oración que nuestra comunión con Dios se sustenta y profundiza. Si usted nunca ha orado antes, permítame invitarlo a hacerlo ahora. El lugar que le damos a la oración en nuestra vida determinará en gran medida la clase de personas que vendremos a ser.
Usted ha oído hablar de la medicina preventiva. Mejorando su salud y el medio ambiente donde vive, construirá las defensas necesarias para combatir las enfermedades. Jesucristo llama a sus seguidores a la oración preventiva. Con oración, sustentamos una comunión con Dios en la cual venimos a ser fuertes para cualquier cosa que la vida nos traiga.
Si usted desea que Cristo sea su abogado en la última prueba, cuando usted esté de pie ante el Trono de Dios, llámelo hoy para que sea su Salvador. Si desea ser fortalecido con su poder para futuras crisis y presiones, conózcalo ahora. Tome tiempo para orar. Y si usted quiere vivir cada día con la Paz de Dios, no olvide buscarlo con tiempo. Un hombre sabio lo expresó de esta manera: “La mañana es la puerta del día. Guárdela en oración”.
Palabras de Esperanza
Fuente: Con Poder
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